La Gran Recesión de 2008 fue un punto de inflexión al iniciarse un proceso de cuestionamiento de la viabilidad financiera de nuestro Estado de bienestar. No obstante, no era la primera vez que surgía este debate. Ya, en los años 70, con el aumento exponencial de la población mundial y las sucesivas crisis del petróleo, pusieron en aprieto al Estado del bienestar. Junto a estos fenómenos, la aparición de la contrareforma neoliberal liderada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que sostenían que los Estados de bienestar no eran capaces de generar la riqueza suficiente para financiar sus necesidades. Sin embargo, ninguno de estos malos augurios se han cumplido. El gasto social del PIB se ha mantenido estable en los países desarrollados. Ahora bien, no debemos bajar la guardia. Los retos del Estado de bienestar en el siglo XXI son muy distinto a los de la década de 1970. El actual Estado del bienestar tiene diferentes retos: de orden económico- mayor envejecimiento y bajo índice de natalidad-, de orden sociológico- cambios en el modelo de familia-, de orden supranacional- la globalización- y el fenómeno de la inmigración. Finalmente, hay que dar respuesta a la tendencia del Estado del bienestar a crecer cada vez más.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de Estado del bienestar? Es difícil de encontrar una definición precisa. ¿Por qué? Por la sencilla razón, que no existe un único modelo de Estado de bienestar. No obstante, podríamos definirlo como un sistema por el que la administración pública, independientemente de quien gobierne, garantiza a sus ciudadanos un conjunto de servicios sociales básicos- sanidad, educación, pensiones, desempleo, minusvalía o acceso a la vivienda- para mejorar sus condiciones de vida y promover la igualdad de oportunidades. El mercado por sí solo no es capaz de ofrecer estos servicios básicos a un coste asumible. Estas limitaciones del mercado siempre han estado en el centro de la batalla entre los defensores y los detractores de la intervención del Estado en la economía. Dentro de los detractores, la crítica está en el terreno de los valores. La intervención del Estado es percibida como una invasión en el ámbito de decisión individual y acusa al Estado del bienestar de promover relaciones de dependencia de los ciudadanos con el Estado. El Estado de bienestar debe ser evaluado en función de su eficiencia y si cumple con sus objetivos.
El Estado del bienestar no siempre ha existido. El inicio así como su consolidación ha estado lleno de luchas, crisis y conquistas. No podemos hablar de Estado de bienestar hasta después de la Segunda Guerra Mundial en 1945, cuando se implantó en el Reino Unido, con el Gobierno laborista de Clement Attlee, el primer sistema de seguridad social y el primer sistema de sanidad pública y universal. Se estableció un pacto social que perseguía la igualdad de derechos y deberes de toda la ciudadanía y el reparto más equitativo de la riqueza generada en el Reino Unido. Tras éste, los diferentes países occidentales han adoptado el Estado del bienestar a sus particularidades culturales y sociales. Han intentado incidir sobre todo en 4 aspectos básicos: el paro, la jubilación, la desigualdad social y la pobreza, llevando al Estado a la necesidad de regular la economía.
A pesar de su éxito, el Estado de bienestar actual debe dar respuesta a los retos que le depara el futuro, haciendo necesario su reinvención. Una primera amenaza es la de su sostenibilidad por motivos demográficos. Una segunda amenaza es la globalización que provoca una competitividad creciente entre países. Una tercera amenaza es la crisis de 2007 y la crisis de la deuda soberana de la zona Euro que está castigando duramente el Estado de bienestar. Se trata de retos formidables que demandan soluciones imaginativas y audaces porque la sostenibilidad del Estado del bienestar depende de la cantidad de recursos que estemos dispuestos a destinarle y su viabilidad dependerá de, como ciudadanos, en qué tipo de sociedad queremos vivir.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de Estado del bienestar? Es difícil de encontrar una definición precisa. ¿Por qué? Por la sencilla razón, que no existe un único modelo de Estado de bienestar. No obstante, podríamos definirlo como un sistema por el que la administración pública, independientemente de quien gobierne, garantiza a sus ciudadanos un conjunto de servicios sociales básicos- sanidad, educación, pensiones, desempleo, minusvalía o acceso a la vivienda- para mejorar sus condiciones de vida y promover la igualdad de oportunidades. El mercado por sí solo no es capaz de ofrecer estos servicios básicos a un coste asumible. Estas limitaciones del mercado siempre han estado en el centro de la batalla entre los defensores y los detractores de la intervención del Estado en la economía. Dentro de los detractores, la crítica está en el terreno de los valores. La intervención del Estado es percibida como una invasión en el ámbito de decisión individual y acusa al Estado del bienestar de promover relaciones de dependencia de los ciudadanos con el Estado. El Estado de bienestar debe ser evaluado en función de su eficiencia y si cumple con sus objetivos.
El Estado del bienestar no siempre ha existido. El inicio así como su consolidación ha estado lleno de luchas, crisis y conquistas. No podemos hablar de Estado de bienestar hasta después de la Segunda Guerra Mundial en 1945, cuando se implantó en el Reino Unido, con el Gobierno laborista de Clement Attlee, el primer sistema de seguridad social y el primer sistema de sanidad pública y universal. Se estableció un pacto social que perseguía la igualdad de derechos y deberes de toda la ciudadanía y el reparto más equitativo de la riqueza generada en el Reino Unido. Tras éste, los diferentes países occidentales han adoptado el Estado del bienestar a sus particularidades culturales y sociales. Han intentado incidir sobre todo en 4 aspectos básicos: el paro, la jubilación, la desigualdad social y la pobreza, llevando al Estado a la necesidad de regular la economía.
A pesar de su éxito, el Estado de bienestar actual debe dar respuesta a los retos que le depara el futuro, haciendo necesario su reinvención. Una primera amenaza es la de su sostenibilidad por motivos demográficos. Una segunda amenaza es la globalización que provoca una competitividad creciente entre países. Una tercera amenaza es la crisis de 2007 y la crisis de la deuda soberana de la zona Euro que está castigando duramente el Estado de bienestar. Se trata de retos formidables que demandan soluciones imaginativas y audaces porque la sostenibilidad del Estado del bienestar depende de la cantidad de recursos que estemos dispuestos a destinarle y su viabilidad dependerá de, como ciudadanos, en qué tipo de sociedad queremos vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario