En 1994, se celebró en el Cairo la III Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre la Población y el Desarrollo. Dos años antes, el Vaticano no quiso abordar la cuestión de la población en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Durante décadas, la Santa Sede "había infiltrado topos en grupos como Planned Parenthood. Después de años de presiones, los miembros católicos del Congreso estadounidense habían forzado la dimensión del director de la Oficina de Población de la USAID, el doctor Reimert Revenholt, artífice de los programas de planificación familiar internacionales del organismo desde sus comienzos." Juan Pablo II dio instrucciones para la preparación de un libro blanco sobre el estado de la población en el planeta a la Pontificia Academia de las Ciencias. En junio de 1994 hicieron público su informe. En sus 77 páginas, Popolazione e risorse "analizaba las tendencias demográficas y económicas globales y regionales. Examinaba los recursos naturales, el desarrollo tecnológico, el agua y la producción de alimentos, incluida la revolución verde. Consideraba asimismo la educación, los temas de la familia, las cuestiones relacionadas con la mujer, el trabajo, la cultura, la religión, la moral y la ética." Cinco años después, hicieron pública otra provocativa declaración: "nuestro planeta está amenazada por una multitud de procesos interactivos: el agotamiento de los recursos naturales; el cambio climático; el crecimiento demográfico- de 2.500 millones o más de 6.000 millones de personas en solo 50 años-; una disparidad rápidamente creciente en la calidad de vida; la desestabilización de la economía ecológica y la perturbación del orden social." Años más tarde, en 2009, el papa Benedicto XVI aborda pobreza y población en su encíclica Caritas in veritate. En ella denunciaba a la economía de mercado "por recortar los salarios, la seguridad social y los derechos de los trabajadores a fin de maximizar los beneficios, obligando a los países pobres a competir en una puja a la baja de salarios y prestaciones por obtener unos puestos de trabajo fabriles que traen más miseria que desarrollo real." No obstante, rechazaba cualquier conflicto entre el medio ambiente y el mantenimiento de una población creciente: "la comida no se está agotando. Se están introduciendo nuevas especies cultivables. Gente que era pobre se está haciendo rica; ganan más cultivando soja transgénica que criando ganando." Y, añadió:" si el alimento transgénico no fuera sano, la naturaleza se rebelaría contra ello." En parte, este argumento remite contra el hecho de que el alimento "sea considerado menos un sustento humano que una mercancía comercializable." Y, esto responde a la presión de las agroindustrias biotecnólogicas que afirman que la forma de alimentar al mundo hambriento es a través de cultivos transgénicos. Esa presión pretendía contrarrestar la oposición a los alimentos modificados genéticamente. Y sus consecuencias: "exponer a la ruina a los pequeños propietarios agrícolas suprimiendo los métodos de siembra tradicionales y volver a los agricultores dependientes de las empresas que producen los transgénicos." Aún así, los grandes avances en materia de transgénicos necesarios para alimentar al mundo "están aún a décadas de distancia de ser viables, por no hablar de que todavía están en las primeras fases." Por tanto, será imposible seguir alimentando a todo el mundo a menos que se frene el crecimiento demográfico. Por otra parte, está la oposición de la Iglesia a la contracepción. Lo que subyace a esta oposición es que la Iglesia tiene un interés fundamental en las masas: "Cuantos más católicos haya en el mundo, más importará el juicio de los mil ciudadanos varones de la Ciudad del Vaticano." De ahí, su oposición frontal a la contracepción y al control demográfico.
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