El transhumanismo es un movimiento cultural, filosófico y científico que propone la transformación radical de la condición humana a través del uso de las tecnologías emergentes. Su finalidad es trascender las limitaciones biológicas del ser humano —tales como el envejecimiento, la enfermedad o incluso la muerte— y dar paso a una nueva etapa evolutiva: la poshumanidad.
El término transhumanismo fue acuñado por el biólogo y humanista Julian Huxley en 1957, quien lo definió como “el hombre que permanece hombre, pero que se trasciende a sí mismo al darse cuenta de nuevas posibilidades de y para su naturaleza humana”. Sin embargo, el transhumanismo como movimiento organizado comienza a tomar forma en los años ochenta del siglo XX, impulsado por pensadores, científicos y artistas que se reunieron en torno a la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Su interés principal era explorar cómo las tecnologías —desde la inteligencia artificial hasta la nanotecnología, la neurociencia o la biotecnología— podrían modificar, mejorar o rediseñar la mente y el cuerpo humano.
Durante las décadas de 1980 y 1990, el transhumanismo se institucionaliza en dos grandes núcleos: California y Oxford, que se convertirán en centros de referencia del pensamiento transhumanista. En 1988, el filósofo y futurista Max More fundó el Instituto Extropiano, una de las primeras organizaciones transhumanistas, donde articuló los principios de lo que llamó extropianismo, una filosofía que promovía la superación permanente de las limitaciones humanas mediante el progreso científico y tecnológico.
En 1990, Max More formuló una definición influyente del transhumanismo:
"El transhumanismo es una clase de filosofías que buscan guiarnos hacia una condición poshumana. Comparte muchos elementos con el humanismo, incluyendo el respeto por la razón y la ciencia, el compromiso con el progreso y la valoración de la existencia humana o transhumana en esta vida. Se diferencia del humanismo en que reconoce y anticipa las alteraciones radicales en la naturaleza y posibilidades de nuestras vidas como resultado de diversas ciencias y tecnologías."
El transhumanismo se inscribe dentro de una tradición humanista secular: comparte su fe en la razón, la ciencia y el progreso, pero rompe con su idea de una naturaleza humana estable e inmodificable. El ser humano, desde la perspectiva transhumanista, no es una forma acabada, sino una etapa provisional en un proceso de transformación continua. Así, se promueve la posibilidad de una evolución autodirigida, en la que el individuo puede intervenir activamente en su propia biología, identidad y longevidad.
Algunas de las tecnologías clave en el horizonte transhumanista son:
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La inteligencia artificial general (AGI), que podría igualar o superar la inteligencia humana.
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La modificación genética y la edición del genoma (CRISPR).
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La cibernética y las interfaces cerebro-máquina.
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La realidad virtual y aumentada.
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La criopreservación y las estrategias para la inmortalidad biológica.
Los defensores del transhumanismo creen que estos avances permitirán crear seres poshumanos, con capacidades cognitivas, físicas y emocionales muy superiores a las actuales. En este futuro poshumano, conceptos como identidad, género, muerte o conciencia podrían transformarse radicalmente.
Sin embargo, el transhumanismo no está exento de críticas. Sus detractores advierten sobre el riesgo de desigualdad tecnológica, la mercantilización de la vida, la pérdida de lo que consideramos esencialmente humano, o la creación de una élite biotecnológica que podría acrecentar las brechas sociales. Además, se debate si sus promesas son realistas o más bien propias de una nueva forma de fe tecnológica.
A pesar de ello, el transhumanismo representa una de las propuestas filosóficas más audaces del siglo XXI: un intento de repensar qué significa ser humano en un mundo donde la biología ya no es un límite insalvable, sino un terreno de intervención y rediseño.
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